A los habitantes de Álvaro Obregón les urge que se despabile Javier López Casarín, pues parece que está esperando a que regrese de viaje Marcelo Ebrard —quien lo impuso en la alcaldía— para que le dé instrucciones y se ponga a chambear.
Antes de irse de vacaciones a Japón, Ebrard se ocupó de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no le quitara el triunfo a López Casarín, quien rebasó el tope de gastos de campaña, motivo suficiente para destituirlo.
Iban por él, pero como al secretario de Economía sólo le habían dado como premio de consolación esa alcaldía, se ocupó primero de que su muchacho ganara las elecciones, cuando nadie daba un peso por él, y después para que no lo castigaran por sus transas.
A fin de asegurar que a Javiercito no le fuera revocada su constancia como alcalde electo, Marcelo pidió apoyo a su amiguis Clara Brugada, jefa de Gobierno de la Ciudad de México, quien lo ayudó a formar un equipo de 20 personas para seguir el caso.
El grupo lo integraban, entre otros, Armando Hernández, expresidente del Tribunal Electoral local; César Cravioto, secretario de Gobierno de Clarita; abogados, exdiputados y el propio Ebrard.
La orden era Clara: por ningún motivo se podía perder la alcaldía Álvaro Obregón. Y no porque fuera muy importante —que sí lo es—, sino porque era el único espacio que le habían concedido al canciller después de haberse doblado ante Claudia Sheinbaum.
Lo curioso es que en ese war room nunca estuvo López Casarín, aunque se trataba de su futuro. Nadie consideró importante su presencia, por lo que no fue convocado a ninguna de las reuniones.
Aunque eso ya se venía dando desde la misma campaña, cuando el entonces candidato dejaba colgados los eventos y no hacía caso a los operadores asignados, por lo cual se fue quedando solo, al grado de que tuvo que cancelar varias reuniones por falta de quórum.
Cuando su derrota parecía inminente, Ebrard desplegó un equipo especial para operar el día de la elección, con el apoyo de Clarita, y así conseguir los votos necesarios para darle la vuelta a la favorita, la panista Lía Limón.
Fue un operativo de Estado en contra de la alcaldesa, que lo único que pudo hacer fue ver cómo la gente era acarreada a las urnas para que votaran no sólo por su rival, sino por todos los candidatos de Morena.
Dicen que el primer sorprendido cuando le dijeron que había ganado fue López Casarín, quien desde entonces entendió —aunque aún se resiste a aceptarlo— que sería solamente un gerente en su propia alcaldía.
Por eso es que no se ha notado su llegada, pues dicen que tiene que esperar a que su jefe se reintegre y le dé indicaciones de lo que debe hacer… sobre todo en materia de contratos.
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